Uno de mis maestros del conservatorio solía decir una frase que, aunque medio en broma y medio en serio, siempre nos hacía reír: «El ocio es la madre de todas las artes.» Como estudiante del conservatorio, esta afirmación era graciosa porque sabíamos lo enaltecida que estaba la música como arte. En ese entorno, la música se consideraba una disciplina superior a muchas otras, y los músicos eran vistos, dentro y fuera de la institución, como seres eruditos con una inteligencia superior. Esta percepción nos hacía sentirnos especiales.
Este maestro, siempre bien vestido, con un traje elegante y formal, llevaba su cabello blanco de manera informal. Cada vez que decía esta frase, en el fondo sabíamos que había algo de verdad en ella, aunque una parte de nosotros no quería creerlo. Sin embargo, después de muchos años y con más experiencia de vida, puedo decir que no solo es bastante cierto, sino que también es una visión muy sana para entender la música y nuestra relación con ella.
Hoy, por ejemplo, una de mis alumnas llegó a clase para tocar el violín. Todo iba bien hasta que empezó a fallar, especialmente en los pasajes más sencillos del estudio. Esta alumna, que generalmente no estudia lo suficiente, comenzó a equivocarse cada vez más. Tras hacerle varias observaciones, empezó a llorar. Al conversar con ella, descubrí que se sentía presionada por su padre, quien le exigía que estudiara violín y la amenazaba con sacarla de las clases si no lo hacía.
Mi alumna es una joven menor de 15 años, en una etapa de cambios físicos y emocionales. Está explorando el mundo que la rodea, incluyendo las artes. Es natural que, además de la música y el violín, le interesen otras cosas como el dibujo o el deporte, comunes en jóvenes de su edad. Sin embargo, la presión de su padre refleja una expectativa aún muy presente sobre los estudiantes de música, especialmente en lugares como Cancún, un municipio que, aunque es una ciudad, mantiene muchos rasgos de pueblo.
Le compartí mi propia experiencia para restarle importancia a esa presión. Le conté cómo, por ejemplo, cuando paseo con mi bebé en brazos o en la carriola, me detengo en el parque, saco mi guitarra o cualquier instrumento que lleve, y estudio un poco. Sin prisas y disfrutando del momento, me di cuenta de que avanzaba bastante, incluso aprendí a tocar otros instrumentos como el ukelele. Así, el ocio se convierte en una alternativa a no usar TikTok o ver televisión, y puede ser una forma amena de tocar un instrumento musical.
Al analizar cómo muchas personas en la antigüedad han desarrollado sus artes, me doy cuenta de que el ocio ha sido fundamental. Vivaldi, por ejemplo, tocaba en los mercados junto a su padre; Manuel María Ponce escribía música en servilletas mientras estaba en un bar; y Johann Sebastian Bach componía como una forma de competir o compararse con sus contemporáneos. El ocio ha estado presente en todas las etapas de la humanidad, y los instrumentos musicales han sido los grandes beneficiados de este tiempo libre.
Por eso, puedo reiterar con mi propia experiencia que, efectivamente, el ocio es la madre de todas las artes.
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